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Coltan - La Desgracia del Congo

 

Que es ? — es un mineral metálico negro y opaco

compuesto por los minerales columbita y tantalita.

 

El coltan no es una denominación científica que se

corresponda con un elemento en concreto.

La denominación corresponde a la contracción del

nombre de dos minerales bien conocidos: la columbita (COL), óxido de niobio con hierro y manganeso (Fe, Mn)Nb2O6 y la tantalita (TAN), óxido de tántalo con hierro y manganeso (Fe, Mn)Ta2O6. El coltán es una solución sólida entre ambos minerales.

 

Es decir que ambos minerales se combinan en proporciones no definidas. 2 3 4 — . El coltán es relativamente escaso en la naturaleza y es un claro ejemplo de materiales que han pasado de ser considerados simples curiosidades mineralógicas a estratégicos para el avance tecnológico debido a sus aplicaciones. Es utilizado en casi la totalidad de dispositivos electrónicos.

 

El interés de la explotación del coltán se basa fundamentalmente en poder extraer el tantalio, por lo tanto, el valor del coltan dependerá del porcentaje de tantalita −normalmente entre un 20% y un 40%− y el porcentaje de óxido de tantalio contenido en la tantalita −que puede estar alrededor del 10% y el 60%.5

 

Este mineral está en un 80% e las Reservas Mundiales al este de la República Democrática del Congo (RDC), paradójicamente Ruanda es uno de los principales productores a pesar de no tener reservas de coltán.

usia también es rico en este recurso, aunque sus depósitos no han sido explotados todavía, que se sepa.

 

La extracción de coltán es motivo de conflictos geopolíticos, sobre todo en el Congo, donde se entremezclan los intereses del Estado y los países fronterizos, las guerrillas que operan en la región, las multinacionales occidentales y los contrabandistas. Según informes de agencias internacionales de prensa y Naciones Unidas, la exportación de coltan ha ayudado a financiar a varios bandos de la Segunda Guerra del Congo, un conflicto que ha resultado con un balance aproximado de más de 6 millones de muertos, Ruanda y Uganda están actualmente exportando coltan robado del Congo a Occidente, principalmente a los Estados Unidos, en donde se utiliza casi exclusivamente en la fabricación de condensadores electrolíticos de tantalio.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

El Coltán es un mineral muy escaso que sólo se encuentra en unas cuantas zonas de nuestro planeta, como Tailandia ( 5%), Brasil 5(%), Australia (10%) y Africa Central (80%, la mayor parte en la República del Congo).

 

Este mineral está formado por la combinación de dos elementos, ambos raros, llamados Columbio y Tantalio, y es componente fundamental de gran cantidad de aparatos e instrumentos de las llamadas nuevas tecnologías, como los móviles, las pantallas de plasma, los Gps, las videoconsolas, los Mp3 y Mp4, las cámaras de fotos y los juguetes electrónicos.

 

También requieren Coltán algunas estructuras tan importantes como los cohetes espaciales, las armas teledirigidas y los satélites artificiales.

 

República del Congo: riqueza, pobreza y guerra

 

Esta impresionante fuente de riqueza se extrae del suelo congoleño en minería a cielo abierto o por medio de la excavación de galrías y cuevas superficiales. En teoría debería ser una bendición económica para un país con una superficie de 2'34 millones de kilómetros cuadrados (5'5 veces España) y una esperanza de vida tan sólo de 47 años, pero lamentablemente no es así. ¿Qué ocurre con el Coltán en la República del Congo?

 

Esclavos por este nuevo "oro negro"

 

Mientras las mafias internacionales y los contrabandistas se enriquecen, los mineros congoleños trabajan en condiciones de verdadera esclavitud y vigilados por fuerzas paramilitares. Miles de niños trabajan en las minas y en consecuencia abandonan la escuela y los estudios.

 

Por término medio un trabajador congoleño cobra 10 dólares mensuales en otros trabajos mientras en las minas, obteniendo un kilo de coltán al día, puede llegar a los 50 dólares semanales. El mineral puede alcanzarel precio de 500 dólares por kilo, así que las cuentas están claras: no es rentable trabajar en agricultura y ganadería, lo que conduce al abandono de las tierras de cultivo y de los animales domésticos.

 

Las guerras del coltán

 

Los ingentes beneficios de la explotación del coltán provocan algunas de las numerosas guerras fronterizas que son tan frecuentes en el continente africano y que por lo general pasan inadvertidas en Europa. Más de sesenta simultáneas se han llegado a contabilizar mientras algunas organizaciones pacifistas de los países desarrollados ni siquiera parecían enterarse. Los misioneros sí conocen bien la magnitud del desastre.

 

Estos conflictos suelen provocar grandes desplazamientos de población, con las consiguientes consecuencias: hambrunas, enfermedades y violencia. Realmente sale muy caro el mineral, esa "escoria negruzca", recurso estratégico de las nuevas tecnologías.

 

El abandono de las tierras de cultivo para concentrarse la población en la minería de coltán acarrea desastrosas consecuencias ecológicas y económicas.

 

En algunas zonas llega a faltar el abastecimiento de productos básicos, mientras en otras, la invasión de tierras vírgenes provoca grandes daños para la fauna salvaje. Estos verdaderos santuarios de la humanidad pierden sus posibilidades de desarrollarse por la vía del turismo, como ha demostrado brillantemente el ejemplo de Kenya.

 

Los refugiados, sin hogar ni tierras, son otra de las consecuencias de estos grandes desplazamientos poblacionales. La acción constante de las guerrillas sobre la población indefensa es habitual, y poco o nada pueden hacer las fuerzas de pacificación internacionales. El coltán, que debería ser una bendición para la República del Congo, dista mucho en la realidad de ello.

 

Extrañas cuentas sobre el mineral

 

Algunos países fronterizos con el Congo, que no tienen coltán, hacen figurar este mineral en sus cuentas de beneficios anuales. Se trata de un coltán "apropiado", por decirlo de manera benevolente. Las invasiones pulsantes de las guerrillas financiadas por las mafias explican estas posesiones del recurso que costado muchas muertes entre la población.

 

Para decirlo claramente, hay un gran negocio de contrabando de coltán que implica a Ruanda, Uganda y Burundi.

 

Los otros masacrados

 

El santuario de los gorilas de montaña de los volcanes Virunga se encuentra en tierras fronterizas afectadas plenamente pr la "guerra del coltán", y suele ser invadido periódicamente por las guerrillas que avanzan o retroceden en función de los avatares de las contiendas. Los científicos se ven obligados a escapar a toda prisa, y cuando pueden volver suelen encontrar diezmadas a las familias de gorilas que estaban estudiando.

 

La población de gorilas de montaña se ha reducido en un 90% en las zonas afectadas por la actuación de las guerrillas, la de elefantes lo ha hecho en un 80%. Una verdadera destrucción masiva que acabará a corto plazo con la gran fauna centroafricana.

 

La sociedad del despilfarro

 

Mientras todo esto sucede en el corazón de África, en el mundo desarrollado parece que no se tiene en cuenta algo tan fundamental como esto: muchos de los ingenios de nuevas tecnologías se basan en recursos muy escasos como el coltán y otros minerales y elementos raros. ¿Hasta dónde puede consumirlos la sociedad del despilfarro?

 

¿Podemos abandonar o tirar tranquilamente un móvil u otro aparato similar, sin pensar en la necesidad imperiosa de reciclarlo?

 

Quienes reciclan sus teléfonos, sus ordenadores, sus televisores o sus electrodomésticos en general, son ciudadanos especialmente motivados, sin duda ejemplares, pero lo que hoy es un hábito saludable y solidario será muy pronto una necesidad inexcusable.

 

 

De seguir el consumo al ritmo actual no habrá suficiente coltán, ni litio, ni bastantes "tierras raras" para atender la demanda de nuevas tecnologías, y algunos tendrían muy dificil a estas alturas prescindir de ellas. ¿Se imaginan carecer de móviles y tener que ir a la centralita para poner una conferencia?

 

En tiempos de la explosión ecologista de los años ochenta no cabe duda de que se plantearon numerosas fórmulas de imposible cumplimiento, pero recordemos aquella "regla de las tres erres" que se formulaba como principio fundamental: reduce, recupera, recicla. Lejos de haber perdido actualidad, por el contrario la contemplamos hoy como norma inexcusable de conducta ciudadana.

 

Miguel del Pino Luengo es Biólogo y Catedrático de Ciencias Naturales.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Congo: el negocio maldito del coltan

 

 

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Coltan

© Alfons Rodríguez

Se trata de un mineral imprescindible para la industria de aparatos eléctricos, las centrales atómicas y los teléfonos móviles; un “oro gris” que podría traer prosperidad a los congoleños. Sin embargo, guerrillas locales y empresas multinacionales han comenzado a disputarse su explotación sin importarles el coste humano.

 

Hasta hace poco mas de 20 años Bukavu era una de las ciudades más hermosas del Congo, extendida a orillas del lago Kivu, con calles muy limpias, cuidados jardines y altivos palacetes, recuerdo de un pasado esplendor de próspera y pacífica capital colonial. Pero en la actualidad se ha convertido en un lugar infecto de edificios en ruinas, callejuelas por las que vagabundean perros famélicos y montañas de basura, superpoblado por culpa de una masiva inmigración de campesinos que se han visto obligados a abandonar sus hogares por las interminables y sanguinarias guerras. La antaño denominada “Perla del Congo” no cuenta ya ni con un hotel en el que funcione con normalidad el aire acondicionado, pero sus inhóspitas habitaciones se echan de menos en cuanto se pone el pie en la bochornosa avenida Patricio Lumumba con el fin de trepar a una renqueante camioneta sobre la que bordear el lago y recorrer medio centenar de kilómetros. En ellos, uno aseguraría que el conductor va buscando a propósito cada uno de los innumerables baches del serpenteante sendero de tierra roja que se abre paso entre altas palmeras, gigantescos árboles o espesas lianas.

 

Tras vadear un riachuelo cuyas aguas superan los cubos de las ruedas, se desemboca al fin en un intrincado valle en el que parte de los árboles han sido arrancados de cuajo a base de dinamita. La inmensa mayoría de los seres humanos que van apareciendo fantasmagóricamente aquí y allá son muchachos, casi niños, que a menudo se introducen a gatas por estrechas y peligrosas grietas talladas en los taludes de las lomas, donde corren el riesgo de quedar sepultados por un súbito desprendimiento de tierra. Cubiertos de polvo y barro, famélicos y con los ojos enrojecidos, semejan un ejército de “zombies” que por unos instantes observa a los recién llegados como si provinieran de otro planeta.

 

Congo, en guerra desde 1998

Y cabría asegurar que así era, puesto que aquel horrendo lugar parece corresponder a un planeta muy lejano, con un ligero parecido al ambiente de las viejas películas de buscadores de oro del oeste americano, con la única diferencia de que lo que buscan entre la arena de aluvión no son pepitas de oro, sino pequeñas piedras que contengan coltan.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Etnias africanas

© Alfons Rodríguez

De color azul metálico, “coltan” es una palabra formada por la abreviatura de columbita-tantalita, un valiosísimo mineral del que se extrae el tantalio, un componente que presenta una gran resistencia al calor así como extraordinarias propiedades eléctricas. En la actualidad, el principal productor de coltan es Australia, pero si bien existen reservas probadas o en explotación en Brasil y Tailandia, la República Democrática del Congo posee cerca del 80% de las reservas mundiales estimadas. Según informes de agencias internacionales, la exportación de coltan ha financiado a varios bandos de la llamada Segunda Guerra del Congo, un conflicto con un balance de más de cuatro millones de muertos. Ruanda y Uganda exportan coltan robado en el Congo a diversos países, donde se utiliza en la fabricación de elementos de alta tecnología imprescindibles para teléfonos móviles, reproductores de DVD, consolas de videojuegos, ordenadores personales, estaciones espaciales, naves tripuladas que se lanzan al espacio y armas teledirigidas.

 

La columbita y, sobre todo, el tantalio están considerados metales altamente estratégicos. Por ello se entiende que exista en el Congo una guerra desde 1998, que sus vecinos, Ruanda y Uganda, ocuparan militarmente parte del territorio congoleño y que hayan muerto millones de personas. No hace falta tener muchos conocimientos de derecho internacional para afirmar que esta guerra constituye la mayor injusticia , a escala planetaria, que se está cometiendo contra un Estado soberano. La historia nos ha deparado muchos ejemplos de asalto y hasta de ocupación militar de un país independiente, pero lo que no se había hecho desde la invasión de países europeos por la Alemania de Hitler, era la ocupación pura y dura de un territorio con el fin de aniquilar a sus ciudadanos y explotar sus recursos minerales.

 

Según las naciones unidas, el ejército Patriótico Ruandés ha montado una estructura para supervisar la actividad minera en Congo y facilitar los contactos con los empresarios y clientes occidentales. Traslada en camiones el mineral a Ruanda donde es tratado antes de ser exportado. Los últimos destinatarios son Estados Unidos, Alemania, Holanda, Bélgica y Kazajistán. La Sociedad Minera de los Grandes Lagos tiene el monopolio en el sector y financia al movimiento rebelde Reagrupación Congoleña para la Democracia, que cuenta con unos 40.000 soldados, apoyados por Ruanda.

 

Coltan: el diamante de sangre

Hace unos años ganaban unos 200.000 dólares al mes (135.000 €) con la venta de los famosos “diamantes de sangre”. Con el coltan ganan más de un millón en el mismo periodo de tiempo. Informaciones de las Naciones Unidas revelan que el tráfico lo organiza la hija del presidente kazajo, Nursultan Nazarbayev, casada con el director general de una empresa que extrae y refina uranio, coltan y otros minerales estratégicos en el continente negro. Este negocio internacional está empobreciendo a los ciudadanos de uno de los países más ricos de la Tierra, por lo que el Servicio de Información para la Paz Internacional ha realizado un estudio sobre las vinculaciones de empresas occidentales con el coltan y, por tanto, con la financiación de la guerra en la República Democrática de Congo.

 

Alcatel, Compaq, Dell, Ericsson, HP, IBM, Lucent, Motorola, Nokia, Siemens y otras compañías punteras utilizan condensadores y componentes que contienen tántalo; también lo hacen las compañías que fabrican estos componentes, como AMD, AVX, Epcos, Hitachi, Intel, Kemet o NEC. Ellos son, en primera instancia, los culpables de una guerra no por olvidada menos dramática, con el agravante de que se teme que sobre la República Democrática de Congo pese la amenaza de la división en varios estados, lo que facilitaría la explotación de sus recursos.Ya lo denunció en su día Monseñor Christophe Munzihirwa, arzobispo de Bukavu. Y por esas simples declaraciones fue asesinado por el ejército ruandés. 

 

 

El infierno está a la vuelta de la esquina, en medio de un paraíso verde, aunque no es fácil acceder a él. En Congo no hay nada sencillo pero tampoco imposible. El dinero abre las puertas de la casa del diablo. Nuestro destino es la gran mina de coltán de Rubaya, cuna de los minerales que alimentan nuestros móviles y tabletas en el primer mundo. En el camino que va de la ciudad de Goma hacia la zona montañosa de Masisi, donde está la cantera, nos topamos con varios checkpoints de militares que piden su mordida para poder atravesar las barreras. Seguimos adelante por una senda estrecha y llena de cráteres. Nuestro conductor, Olivier, sortea charcos como lagunas con una destreza sorprendente. Tiene brazos de estibador para mover el volante entre los socavones en los que cabe el todoterreno entero.

 

Al dejar atrás Goma el horizonte gris se vuelve verde, con colinas de pastos que recuerdan al paisaje suizo. Solo que esto es Congo, el país con una de las tierras más fértiles de África y donde, sin embargo, la población pasa más hambre. Tres horas después llegamos a Rubaya, en la provincia de Masisi, el 'far west' congoleño. El polvo y la niebla cubren este lugar de madera y barro, haciéndolo casi fantasmal.

 

"Este pueblo empieza a conocer el desarrollo. Es una mezcla entre el pasado y el futuro. Parece congelado en el tiempo, pero aquí hay dinero porque es de donde salen los minerales. Por eso esta región se la disputan varios grupos armados", explica Eddy Mbuyi, nuestro guía al corazón de las tinieblas. Como los poblados de los buscadores de oro en el lejano oeste americano, no hay ley ni nadie que la aplique. Todos buscan enriquecerse rápido aunque muy pocos lo consiguen.

 

Miles de personas trabajan a diario en esta mina, parte a cielo abierto, parte en profundas galerías. Era de propiedad pública hasta que sus explotadores se agruparon en cooperativa para gestionar mejor sus recursos. Aunque de sus entrañas sale mucho dinero, en Rubaya no hay hospitales ni colegios. Tampoco luz ni electricidad. Eddy nos explica que en temporada de lluvias la montaña se derrumba y engulle con ella a muchos de los esclavos. "¿Veis esos puntos blancos que parecen árboles en lo alto de la montaña? Es la hilera de mineros descendiendo con antorchas. Cada día mueren aproximadamente 40 personas", dice.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Minero a los 16 años

 

Acudimos al centro minero para pedir el permiso que nos de acceso a la explotación. Nos reciben los señores del coltán, miembros de la citada cooperativa. Los pillamos en plena fiesta: una veintena de hombres comiendo carne con las manos y bebiendo cerveza como si no hubiera un mañana. Sus esposas, sentadas discretamente en un segundo plano, sólo observan. Comienzan las negociaciones para intentar que nos dejen pasar a la cantera y hacer fotos. Pero nadie se compromete. Siempre hay un jefe superior al que consultar. "¿Estos hombres tienen la culpa de las malas condiciones en las que trabajan los obreros?", preguntamos a nuestro guía.

 

- No se preocupan por la seguridad, sólo les interesa ganar dinero.

 

En el campo de refugiados de Rubaya, apoyado por Oxfam, vive la parte baja de la cadena del coltán: los mineros. No es difícil encontrarlos en Rubaya, donde la mayoría de la población trabaja en la explotación. Inocence, de origen ruandés, se presta a contarnos cómo trabaja y en qué condiciones vive. Entramos en su casa, una choza de tres metros cuadrados de palos y plásticos, escoltados por un cortijo de niños descalzos. Tiene 16 años.

 

- Inocence ¿Cuánto se tarda en llegar a la cantera?

 

- Depende de la lluvia. Yo tardo una media hora. Vosotros tardaréis mucho más.

 

El niño se presta a acompañarnos a la mina al día siguiente.

 

Al amanecer emprendemos la marcha: dos horas a pie por empinados y resbaladizos caminos de barro, convertidos en chocolate por la lluvia incesante y la humedad que lo impregna todo. En la travesía se cruzan niños descalzos con ancianas que portan cajas de cerveza atadas a la cabeza. Mercancía para abastecer a los que empuñan las palas. Soportar la carga es un desafío formidable, teniendo en cuenta lo rápido que avanzan y que van a subir el trayecto más veces en lo que queda de día.

 

- Inocence, cuéntanos como es un día en la mina

 

- Subimos por la mañana temprano y volvemos por la tarde, aunque a veces es ya de noche. Trabajamos sin descanso para sacar la tierra. La metemos en sacos que luego bajan otros al río.

 

Con la inocencia de quien no sabe que trabaja en el infierno, relata su vida cotidiana en la cantera. Nos cuenta que cobra un dólar por ocho horas de pico y pala en medio de la neblina. Escala la montaña en zapatillas, sin botas, sin importar si llueve. Sólo se cubre con una tela verde como el valle idílico que rodea la cantera del diablo.

 

- ¿Vas al colegio Inocence?

 

El niño niega con la cabeza.

 

- ¿Has ido alguna vez?

 

Vuelve a negar.

 

- ¿Te gustaría ir?

 

Esta vez la pregunta le deja perplejo. No sabe qué contestar. Nunca se ha planteado una vida distinta a la que tiene. Nunca ha tenido la posibilidad de cambiar el pico por un libro.

 

En la cumbre negra

 

Sigue el ascenso por la empinada montaña. Por cada metro que subimos la lluvia y el frío se multiplican. Las nubes envuelven por completo las figuras que trufan el paisaje. De repente se oyen voces a lo lejos en medio de la bruma.

 

- "Eso es la mina", anuncia el niño.

 

A punto de llegar nos cruzamos con un grupo de hombres que bajan a un muerto en una camilla. Este hombre podrá contar con un entierro digno. "La mayoría fallece al derrumbarse las galerías interiores de la mina. Desaparecen porque nadie puede rescatar los cadáveres del interior", cuenta Eddy, el guía.

 

El pueblo minero de Rubaya, desde la montaña. RAQUEL VILLAÉCIJA

Por fin alcanzamos la cumbre. La niebla no permite ver toda la explotación, pero se intuye. El suelo es negro como la roca de coltán. Miles de figuras se mueven con palas y picos cubiertos de barro, algunos adolescentes, muchos de ellos descalzos y reventados por el esfuerzo. Parecen zombies en una danza fantasmal. Algunos llevan a la espalda sacos de mineral cuesta arriba y abajo. No importa si no tienen botas, lo que importa es lo que son capaces de arañarle a la tierra. Todo es cráter y lluvia.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Los trabajadores se apelotonan curiosos en torno al grupo de visitantes, improvisan escalones con sus palas para evitar que nos despeñemos. No hay tierra firme. Nos dicen que para los que no están habituados a moverse en arenas movedizas es peligroso. "Es época de lluvias y a menudo se producen desprendimientos en la montaña y caen con ella muchos mineros", explica Gilbert, uno de los obreros.

 

Explica que trabajan de sol a sol por un dólar, que compran comida en mercados improvisados en su interior, o en las zonas más bajas de la cantera, donde aún hay algunas casas en medio de la ladera. Dice que muchos compañeros desaparecen sin que nadie vuelva a saber de ellos, como si la bruma los engullera. Son las reglas de la mina, una picadora de hombres.

 

Gilbert se suma a la expedición y junto con Inocence, se ofrece a acompañarnos a la zona en la que criban el mineral. Allí el río que baja de la cantera fluye rojo. Varias cuadrillas de hombres separan con mallas de metal el coltán de la escoria. Aunque es un trabajo penoso, parece menos duro del que se hace arriba en la mina.

 

James, el traficante

 

Hasta allí va James a diario para comprar el mineral ya cribado. Este traficante representa un paso más en la

 

James, traficante de minerales de Rubaya. RAQUEL VILLAÉCIJA

cadena del comercio de minerales. No tiene que subir a la mina todos los días, sino que recoge la mercancía directamente en el río. Se nota su posición porque su casa, a diferencia de la de Inocence, es bastante más amplia. Está llena de sacos, donde guarda el producto que luego vende a los intermediarios que llegan desde Goma y que, a su vez, lo colocarán más caro a compradores ruandeses. Estos último son los que empaquetan el coltán, el manganeso y la casiterita hacia las zonas fabriles de Shanghai. Ruanda es uno de los grandes exportadores de minerales de sangre del mundo, aunque no posea ni una sola mina.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

"No cerréis la puerta, la gente puede pensar que estamos traficando", dice James.

 

- ¿Cuánto puedes llegar a ganar haciendo lo que haces?

 

- 1.500 dólares

 

- ¿Quién compra estos minerales?

 

Se hace el despistado. No quiere dar detalles.

 

- Son intermediarios que lo llevan a Goma. Allí los venden a los extranjeros.

 

- ¿Cuánto cuestan los minerales que tienes?

 

- Se venden por kilogramos. Yo puedo conseguirlos a buen precio, un kilo por 25 dólares. ¿Qué queréis, coltán, manganeso...?

 

Nos enseña un 'echantillon' (muestra) de manganeso y coltán. Insiste en que puede conseguirnos un kilo por 25 o 30 dólares. Cree que somos compradores y por eso ha accedido a dar la cara e incluso a que le grabemos en vídeo. Al final se rinde y se conforma con pedir para unas cervezas, un lujo para Inocence, que gana un dólar por ocho horas de trabajo, pero no para él, que se embolsa mil veces más.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

- ¿Sabes para qué se usa el coltán y los minerales que vendes?

 

- Creo que se utiliza para hacer cacerolas y herramientas de cocina... No sé...

 

Nuestro guía dice que la aparente ignorancia de James es ficticia. Él conoce perfectamente la utilidad que tienen los minerales de sangre, sabe que la cámara que le está fotografiando lleva un corazón negro que ha salido de esta montaña violada.

 

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