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Bases de una economía humanista - J. L. Montero de Burgos

Comunicación: NUEVA EMPRESA, NUEVA ECONOMIA V Jornadas de Economía Crítica Area: Fundamentos de economía crítica Autor: José-Luis MONTERO de BURGOS doctor-ingeniero de Montes, MADRID -------------------------------------------------------

 

Preámbulo El objeto de mi comunicación es presentar resumidamente el intento de investigar una nueva concepción de la empresa en la cual estarían armonizados los intereses de sus miembros. Los intentos de cooperación, si bien algunos han sido exitosos, no han provocado que la cooperación se generalice.

 

Hay ensayos de cogestión, pero incluso en los más avanzados, no hay distribución objetiva de la renta de la empresa. Cuando hay participación en beneficios, su base es subjetiva y no hay solución satisfactoria en el caso de que, en lugar de beneficios, haya pérdidas en la empresa. Puede hablarse del semi-fracaso de la cooperación a escala de sociedad.

Sin embargo todos estos ensayos señalan las aspiraciones a una economía participativa, dentro de una economía, como la de hoy, en la que la misión asignada a las personas corrientes se ciñe a las facetas de producir y comprar el producto.

 

Se intenta, pues y por una parte, presentar una teoría integradora de esas aspiraciones en la empresa y, como consecuencia, alcanzar una economía, cuya humanización se busca, mediante una participación generalizada.

Por otra parte, la caída del socialismo real ha supuesto la desaparición de toda barrera ideológica frente al liberalismo reinante que, con el nombre de neo-liberalismo, amenaza con acabar con los logros sociales alcanzados en más de un siglo. Desde luego, la caida del socialismo real no implica el triunfo del capitalismo que, pese a su provisional victoria, tiene un gran rechazo social: los problemas que el capitalismo presentaba hace una década están todos sin resolver e incluso agravados.

 

Pero si no se acude a otros y nuevos planteamientos humanizadores, la derrota de los que rechazamos el capitalismo está asegurada. Las verdaderas revoluciones son siempre más conceptuales que físicas, y perduran en la medida en que sus conceptos básicos lleguen a tener aceptación general. Parece además que se ha perdido la esperanza.

 

La caída del socialismo no ha ha traido un mundo más libre y justo, ni razones para esperarlo. El pensamiento, motor de toda acción, está como paralizado. No hemos sido capaces de resolver los grandes 1 problemas de nuestra sociedad, y el horizonte está cargado de brumas. Desde luego, los pobres y desgraciados de la Tierra han perdido toda esperanza. La explotación del hombre por el hombre continúa y aumenta.

 

El poder carece de un control eficaz en la mayoría de las ocasiones. La alteración ambiental amenaza ls estabilidad de la biosfera. Y la información está controlada, como hemos podido comprobar en la última guerra local. En España concretamente no se pueden difundir por televisión, por prohibición legislativa, ideas filosóficas, políticas o religiosas, incluso pagando los que llamamos "spots" televisivos, sin la aquiesencia del poder. Gran parte de estos problemas tienen su origen en la empresa. Intento, pues, en esta comunicación abordar una de las raíces del problema social.

 

El problema social, de cualquier pueblo y en cualquier época, radica siempre en uno errores de concepto de tipo cultural que, pese a ser tales, todo el mundo acepta. De ahí la ardua dificultad con la que todo intento de cambio social se ha de enfrentar: luchar contra el tópico. Muchos de los errores políticos tienen origen económico. De ahí que haga falta sentar las bases de una nueva economía para lograr una sociedad más humana, y haya que remover los fundamentos de nuestra cultura en aras de ese objetivo.

 

La concepción actual de la empresa Hay que ser conscientes de que en la empresa actual hay un problema sin resolver que es el de conseguir un poder participativo coherente y una distribución objetiva y eficaz de su renta. O sea, no se sabe construir una empresa que consiga establecer lazos de sociedad entre sus miembros.

 

Hoy no se sabe cómo hacer esto. Pero hay que saber hacerlo si se pretende una economía de cooperación. Es cierto que la unidad de dirección, necesaria en toda empresa, está asegurada en las empresas actuales. Pero la unidad de los fines de los miembros de la empresa no está en modo alguno asegurada. Los fines de trabajadores e inversores coinciden sólo parcialmente, y los fines de los inversores y los gerentes no son siempre coherentes los de la empresa.

 

En todo caso, los trabajadores se encuentran alienados del poder empresarial (privado o del estado) en el cual no participan. En suma, en las empresas actuales hay, en efecto, unidad de dirección, pero es impuesta a los trabajadores y por eso no existe identificación entre los fines de los miembros de la empresa, en cuanto tales. Así no se puede cooperar plenamente. Crisis de civilización

En realidad, y especialmente por su incapacidad de resolver el problema social, el estado actual de la humanidad se le viene calificando de "crisis de civilización".

 

En efecto, y después de muchos años de modernidad, se han cuestionando seriamente 1 las bases de la actual civilización occidental. Directa o indirectamente, la postmodernidad ha cuestionado las bases de la física, de la matemática y de la lógica.

 

Ha revisado los principios del conocimiento científico, que están en la base del pensamiento moderno, es decir, la objetividad de la ciencia, el determinismo, la ley de la causalidad y la relación entre sujeto y objeto. Incluso se llega a dudar de la misma razón, por no haber sido capaz de solucionar el problema social.

 

Al parecer todo ha sido cuestionado en la búsqueda de ese error cultural que, según señala Kung,T.S (1990) debe de haber en cualquier rama de la ciencia cuando presenta problemas insolutos durante demasiado tiempo. Revisión radical: Cuestionar la propiedad de la empresa Pero realmente ¿todo se ha cuestionado? Al menos hay una cosa que no se ha discutido: la propiedad Es cierto que "la propiedad de los medios de producción" se ha cuestionado en los últimos 150 años.

 

Pero, en realidad, solamente se ha cuestionado el sujeto de la propiedad, o sea, se ha discutido si el sujeto de la propiedad debería ser la humanidad, en lugar de la persona privada. Pero la propiedad, en cuanto tal, no se ha cuestionado.

 

A lo que hay que añadir la incongruencia, aún vigente, de identificar "propiedad de medios productivos" con "propiedad de la empresa", que son conceptos diferentes, y ello hasta el punto de que la discusión, realmente, ha radicado en el titular de la propiedad de los medios productivos dando por obvio que, en la práctica, eso conlleva la titularidad de la empresa. Sólo esta observación bastaría para indagar sobre el concepto de propiedad. Pero hay una especial razón para cuestionar la propiedad:

 

En la actualidad se admite sin discusión que el propietario de máquinas, de edificios, de dinero y, en general, de "cosas", si las aporta a una empresa, tiene el poder de mandar sobre personas. Pero esto es un error, por aceptado que esté, porque implica asumir que las cosas sean fuente de poder sobre personas. Sólo la persona humana puede ser origen o fuente de poder. Pero sobre este error está edificada nuestra civilización.

 

Como conscuencia de este error se explica que la asociación capital/trabajo sea un problema carente de solución. La razón es bien sencilla: No hay asociación alguna de personas que tenga propietario. Las asociaciones podrán tener un socio destacado, mayoritario incluso, pero nunca propietario. Por otra parte, y en concordancia con la metodología de Popper, un solo error o una conscuencia no avalada por la experiencia (una sola consecuencia absurda, se puede añadir) es suficiente para desacreditar la hipótesis original.

 

En el caso a que me refiero, esa hipótesis falsa es la propiedad, tal y como se define en la actualidad. Es decir, no sólo es que con la concepción actual de propiedad se impida la solución de un 1 problema (la asociación inversor/trabajador) sino que, al estar concebida como "un derecho a disponer, y a gozar de los beneficios o frutos de la propiedad, con las limitaciones que la ley establece", su propia definición la configura como hipótesis falsa.

 

El fundamento de esta afirmación es bien sencillo: si la propiedad necesita limitaciones es porque, sin ellas, se llegaría a consecuencias absurdas o disparatadas. Esto es precisamente lo que caracteriza a una hipótesis falsa.

Es el pragmatismo de la técnica lo que permite utilizar un concepto, científicamente falso, pero delimitando un ámbito por su eficacia práctica. De ese ámbito concreto hay que eliminar, según lo expuesto, la "propiedad de la empresa" porque tecnicamente este concepto incapacita (al derecho, a la economía) para tender lazos de sociedad entre capital y trabajo.

 

El riesgo, fundamento del derecho de gestión. En resumen, la cuestión es ésta: Si las "cosas", si la propiedad de medios productivos no pueden justificar el poder ¿cual pudiera ser la base humana del poder en la empresa?

 

La hipótesis que me da resultado en mis trabajos es que "la base del poder de decisión está en el riesgo", lo que no deja de tener fundamento humano: si en un asunto una persona corre riesgo, pero otra decide, esta última estaría dominando a la primera. Habrá que preguntarse, pues, por riesgo empresarial de los miembros de la empresa.

 

Es evidente que el inversor asume el riesgo de perder al menos una parte de su inversión si la empresa fracasa, ese es su riesgo. Por tanto, el inversor debe tener derecho a decidir, es decir, debe tener derecho básico de gestión en la empresa.

Pero, por su parte, y en el mismo y supuesto caso de quiebra de la empresa, el trabajador pierde su puesto de trabajo. La consecuencia es el paro, que le hace perder su estabilidad laboral, económica, moral y social y, en el próximo empleo, cuando lo encuentre, lo normal es que haya de empezar "por abajo".

 

Por tanto, el trabajador corre también riesgo empresarial, pierde y mucho con la quiebra y, por ello, también debe tener derecho básico de gestión en la empresa. Ambos, trabajador e inversor, tienen pues derecho de gestión, sin necesitar de la compra de acciones o partes sociales de propiedad que, además, no existen en la empresa-sociedad. Su derecho nace directamente del riesgo que asumen. Bajo este principio la asociación capital/trabajo sería posible.

 

Lo más importante sería esta revolucionaria idea: la empresa no tiene propietario, sino miembros, y debería ser una asociación de personas que aportan trabajo a la empresa.

 

Unos aportan trabajo pasivo, o capital, otros su trabajo activo. Ambos aportan lo mismo: trabajo. Como contrapartida, no aparecerá la propiedad de la empresa, que no existe, sino unos derechos a la gestión y a la renta que han de ser estimulantes para ambos tipos de aportadores.

1 Inversión dialéctica de la propiedad

Todo cuanto se ha dicho sobre la propiedad se podría resumir así: Hasta ahora, la propiedad viene estando vertebrada por la dialéctica o proceso razonador propiedad (de cosas) luego poder (sobre personas). La nueva propiedad estaría vertebrada, por el contrario, por la dialéctica poder (vinculado a la persona y su circunstancia, concretamente al riesgo empresarial) luego propiedad (acceso a las rentas de la empresa, o sea, a la propiedad de cosas, no al poder sobre personas). Evolución del derecho de gestión La distribución del poder entre inversor y trabajador no es estática, sino dinámica: debe haber una evolución a favor del trabajo.

 

Realmente el riesgo del trabajador es, al principio, prácticamente nulo, el mismo que tenía unos segundos antes de firmar el contrato de trabajo. Pero como consecuencia de este contrato, el trabajador toma decisiones personales y familiares y, profesionalmente, se va especializando en su trabajo.

La pérdida del empleo le causaría trastornos que se agravarían con el tiempo. Su riesgo va creciendo, dicho sea esto en términos generales. Naturalmente, esta evolución debe ser atemperada para que la inversión sea posible pero, si fuese demasiado lenta, no produciría los efectos integradores que se pretenden en la empresa-sociedad. Por otra parte, y mediante el cobro de intereses o beneficios, el inversor ya no puede perder todo. Es lo que sucedería si el inversor hubiese cobrado ya, por ejemplo, un 40 % de beneficio. Por tanto, su riesgo va disminuyendo con el tiempo, lo que resulta coherente con lo expuesto para el trabajador.

 

Democratizar la empresa

Este planteamiento permite contemplar la autogestión desde nueva perpectiva. Se puede definir la autogestión como el derecho de cada persona a decidir en los asuntos que le afectan y en la medida en que le afectan.

 

Si esto se asume, es claro que el inversor tiene también derecho a gestionar en la empresa, con lo que el concepto de autogestión sería coherente con la empresa-sociedad. La autogestión, tal y como hoy se entiende, sería la culminación del proceso evolutivo que implica la empresasociedad, con las matizaciones que se verán más adelante. Pero ¿Cómo se puede conocer la medida, es decir, la evolución propiciable del derecho de gestión? Pues por los efectos en la estabilidad económica y social de la empresa: Si no se da poder suficiente al potencial inversor, la inversión no se efectuará.

 

La 1 empresa no se creará o, si ya existe, otra contribución de capital no sería fácil de conseguir. Una empresa así concebida sería una utopía económica. Por otra parte, no sería posible una economía de desarrollo generalizado con esta base empresarial. Es el caso de la autogestión actual.

 

Si el trabajador no tiene poder, la paz social en la empresa no estaría asegurada. Esperar que los trabajadores cooperen sin estímulos adecuados es una utopía social. Es el caso de la empresa privada actual no participativa. En suma, inversores y trabajadores tienen derecho a gestionar sus intereses. Dicho de otra manera, un ser humano ha de incorporarse a la empresa como «un serque-decide», es decir, como lo que en realidad es, no como pensemos que es o nos convenga que sea.

Por esto mismo, el planteamiento que presento no es una utopía sino puro realismo. Un ser humano puede, en efecto, tomar la decisión de obedecer, pero ha de hacerlo sin renunciar a su condición de «ser-que-decide».

 

Esto es lo que sucede en la empresa sociedad, que se nos presenta así como una forma de conseguir la democratización de la empresa, objetivo que, hasta ahora, se nos venía presentando como inalcanzable. Cabría añadir que el concepto actual de empresa, en el cual se contempla al hombre como un «ser-que-obedece», es peor que una utopía: es un error.

Tres problemas en la empresa Intento demostrar ahora que, con la base expuesta, es posible crear nuevos tipos de empresa, interesantes tanto para inversores como para trabajadores; e incluso para la propia sociedad, por la previsible estabilidad económica que propiciarían. En las relaciones capital-trabajo hay tres problemas que han de

 

resolverse:

 

1. Cómo distribuir eficazmente el poder

2. Cómo repartir objetivamente la renta

3. Cómo relacionar poder y renta para obtener la máxima integración.

 

La distribución del poder. (programa FUNEXCOL) Para conseguir una distribución eficaz del poder, es decir, para alcanzar decisiones coherentes, es necesaria una armonización previa de los intereses. Por eso este punto está relacionado con el que se refiere a la distribución de la renta.

 

Veamos previamente las alternativas que se presentan en la distribución del poder. Admitidas las tendencias evolutivas, la evolución se efectuará en el capital-riesgo participado, que no es necesariamente la totalidad de ese capital, según veremos.

 

El problema aparece cuando se trata de fijar la "velocidad" de la evolución. 1 Lo primero que pretendo resaltar es que, dada la libertad que en principio existe de fijar la rapidez o velocidad de la evolución, ésta pudiera ser tan lenta como se quiera.

 

Si es nula, el tiempo de evolución sería infinito, y la participación del Trabajo no aparecería en ningún momento. Por tanto, la gestión estaría siempre y en su totalidad en manos del inversor. Se tendría entonces, en este aspecto, la empresa privada no participativa, tal y como hoy la conocemos. (Gráfico nº 1)

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